martes, 25 de diciembre de 2012

Metamorfosis


Aunque por la mañana uno debe volver a la vida de siempre, a la rutina laboral y doméstica, a la ropa, la razón y la sociedad, no deja de ser agradable pasear por los tejados bajo las estrellas, acechar a los pájaros, jugar con los ratones...

Las noches de verano y de luna llena son las más indicadas para transformarse en gato.

Dicen que todo lo que merece la pena cuesta trabajo. La metamorfosis felina no es ninguna excepción. Hace falta perseverancia; sólo con la práctica se logra perfeccionar la técnica. Quien no esté dispuesto a pasar más de una noche encerrado en su habitación, convertido en un híbrido monstruoso, mejor que no lo intente.
Sé de qué hablo. Desde que me propuse por vez primera transformarme en gato hasta que conseguí resultados aceptables, he tenido que sufrir bastantes decepciones. Me he preguntado muchas veces si merecía la pena. Sin embargo, nadie, que yo sepa, se ha arrepentido de emprender este camino.

Con la experiencia he logrado aprender unos pocos trucos. Espero que sean útiles para aquellas personas que, como usted, quieran iniciarse en este arte.
En primer lugar, para transformarse en gato es imprescindible olvidar que uno es cualquier otra cosa: ejecutivo, párroco, fiscal, lo que sea. Este es quizá el paso más difícil.
En segundo lugar, uno debe adquirir el tamaño adecuado. Naturalmente, hay dos formas de lograr esto: empequeñecerse uno mismo o agrandar el universo. Casi todos empezamos optando por lo segundo. A primera vista, parece el método más sencillo. Sin embargo, esto es un error: resulta prácticamente imposible dilatar todas las cosas en la misma proporción; suelen producirse errores de cálculo que dan lugar a mundos incongruentes. Árboles enormes, mares enanos, ciudades que abarcan galaxias: es frecuente este tipo de resultados. Para evitar tales catástrofes, conviene optar por reducir el propio volumen. No es tan difícil como parece: sólo hay que reconcentrarse, introducirse en uno mismo y replegarse. Con un poco de práctica cualquiera puede lograrlo, y los fracasos tienen consecuencias menos escandalosas.
Una vez que se ha logrado esto, hay que proceder con método, y no impacientarse. Uno debe adquirir todas las características físicas del felino: pelo, cola, almohadillas en las pezuñas, etc. No es difícil, pero a menudo sucede que uno quiere apresurarse, y se olvida de algo o yerra en los cálculos. Créame: no hay nada más lamentable que un gato incompleto o incorrecto – las patas demasiado largas, o un ojo en medio de la frente a la manera de los cíclopes son resultados habituales de una distracción.
Por último, uno debe maullar. Si los pasos anteriores se han completado con éxito, esto resulta sencillísimo. Basta abrir la boca y emitir el sonido que sale naturalmente, sin ningún esfuerzo. El maullido sirve para comprobar que la metamorfosis ha llegado a su fin. Si el resultado es satisfactorio (ojo, no basta con decir “miau”, jamás se oyó a un gato que dijera “miau”) puede salir a la calle y disfrutar su condición gatuna, o tumbarse en un sillón y lamerse tranquilamente las patitas. Si, en lugar del maullido que esperaba, oye, pongamos, un fa sostenido, no se preocupe: resígnese a pasar la noche convertido en un piano de cola... ya tendrá más ocasiones para volver a intentarlo.